De la ceiba, árbol sagrado de la Santería, cada cierto tiempo se desprenden frágiles semillas emplumadas, lanzadas ciegamente al viento desde las ramas. Algunas de ellas lograrán arraigo cerca o lejos del tronco y del ramaje. Así lanzo yo estos osados versos, esperando que algunos caigan en suelo fértil, que su lectura siembre en algunas tierras la semilla de la fibra y la potencia de los orichas.

En ellos me he alejado del fácil embrujo del son y el ritmo de los tambores, porque confío en la fuerza misma de la Regla de Ocha.

Escribo para compartir mi admiración por esta manera de habitar el mundo tan distinta de la nuestra, para tender un puente hacia este otro, seductor modo de ser persona humana de quienes rinden culto a los orichas.

No hago proselitismo de una fe que no me ha sido otorgada. Pero así como viven aún alrededor del mundo Venus/Afrodita, Júpiter/Zeus, Minerva/Atenea y sus hermanos, a pesar de que ya nadie cree en ellos, espero rendir tributo a estos orichas, cada uno compuesto por múltiples avatares, o “caminos”. Que ellos y ellas me perdonen todos mis atrevimientos.

Obatalá, dale aché a mis versos: concédele potencia, gracia y vigor, a su lectura, gran Orichanla.