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HÚMEDA Y CONSTANTE
Esta semana los incendios
Devoran Samos, tierra de Pitágoras.
Un tifón inunda
Las calles de Nemuro y de Kushiro
La selva amazónica retrocede ante el asfalto.
¿Sobrevivirá la tierra a los humanos?
A pleno sol meridiano, el mar
Dragón de sal,
Estrella su alegre furia
En coletadas
Contra los arrecifes de la Habana y de Acapulco.
En las playas negras de Canarias
Y en los cerros blancos de Dover,
El mar brama, ruge,
Canta, domestica
El gran fuego dormido
En el corazón del átomo,
Y lo unce al carro de la vida.
Nació allí,
En aquella primera espiral
De azúcares, nitrógeno y fosfato,
El esplendor de los bosques de secuoyas,
La altivez de las palmeras reales,
El musgo, la ameba, el renacuajo,
La gacela, el león,
Los pesados y torpes dinosaurios.
Nació allí el amor,
El ansia de la guerra,
La ternura,
La garganta de Gilgamesh,
El deseo que hizo temblar la voz de Safo.
En la quietud de los pantanos
La luna enjoyada
Arrulló
El rebullir salobre
De aquella alga primera,
Fruto del amor entre las aguas y la tierra.
Podrán morir, después de las multitudes del planeta,
Los ávidos mercaderes de la guerra,
Los recolectores de migajas de oro.
Se desmoronarán
La muralla china,
Los templos de Mombay,
Los relucientes vericuetos
Del Guggenheim flamante de Bilbao.
Cúpulas habrá siempre
En las praderas ondulantes de los mares.
Aunque no quedara ya sobre la tierra
Ni una mujer ni un hombre,
Del mar, húmeda y constante,
Volvería a brotar la vida.
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